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Paraíso Mínimo, la Poesía de Berna Píriz Macías

Renacer Cotidiano

A veces sucede
cuando menos lo esperas un huracán te azota
impacta su rabia en tu pecho
como un francotirador desesperado que afina desde el tejado
otra muerte a quemarropa y hace de tu cuerpo
un amasijo de huesos
y carne
a la deriva.

Cuando parece que no queda nada
y todo lo que te rodea se derrumba
como una antigua fortaleza
asolada por el tiempo.
Un rayo de sol,
una mirada o una leve caricia bastan
para recordar aquello que fuiste.
Lo que llegarás a ser.
El lugar habitado. La sensación de exisitir.
El paraíso mínimo.

Testamento

Hierven mis pestañas sobre el folio con mis versos cosidos por estigmas de la tinta que mana sin cesar
una herida que no nos pertenece ni siquiera nos posee.

Desearía soltarme caerme desprenderme
de este vuelo que consume
¡De esta carne!
Fundir mis alas ante la inmensidad de cualquier océano
y que el fuego no yerre en su misión
hacia la emancipación redentora de la culpa por querer y haber nacido
por sentirme de este cuerpo apenas verbo
soledad
y espíritu.

Basta la levedad de un instante en mis pupilas para que mis ojos dibujen
corazones desbocados como cuadras de gigantes que galopan salvajes
con sus crines de sangre derramada sobre el perfil cristalino de la aurora
tras la coronación mineral del pensamiento en el rostro anunciado
de un nuevo amanecer.

El gallo vestido de laureles
canta un sueño de siglos que despiertan entre flores de jara y elixires de seda donde mis hermanos juegan
 
en la plenitud frugal del bosque.
Cuando la arena apague el reloj de esta batalla y el sol abra con sus llaves la gran puerta mostraré a mi madre las cicatrices
de cuantos rayos me atravesaron en la tormenta y susurraré callado a mi padre:
“lo recordé todo
yo soy”


Renacer cotidiano

A veces sucede
cuando menos lo esperas un huracán te azota
impacta su rabia en tu pecho
como un francotirador desesperado que afina desde el tejado
otra muerte a quemarropa y hace de tu cuerpo
un amasijo de huesos
y carne
a la deriva.

Caminar se convierte
en una ceremonia estremecedora náuseas, vértigos, calambres
la visión paranoica y desconcertante de un mañana desolado
dibuja en tus ojos de iguana
el espanto infame de la pesadilla y convierte el suelo que pisas
en un precipicio infranqueable como un edificio en llamas donde nadie quiere habitar.

A veces es necesaria la tragedia darse al baile de las sombras
y preparar nuestros sentidos
hacia aquello que se descubre más allá de la apariencia cotidiana de las cosas

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