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Microrelato

Gladys Abilar. La Entelequia.

Florencia vivía en una humilde casa cerca del río junto a su madre y un
padrastro de dudosas intenciones.
Era apenas una adolescente cuando empezó a conocer los estragos del
abuso carnal. Cada vez que su madre bajaba a lavar la ropa en las heladas
aguas, se desencadenaba la profanación. En el transcurso del escarnio su
mente aún infantil, y en incipiente proceso a madurar bajo el yugo de la
violencia, se refugiaba en la alucinación de una sombra gigantesca que se
expandía en las paredes del cuarto; tal vez como un recurso para escapar de la
realidad, evadirse del momento, creer que no era ella quien yacía en esa cama
bajo la mole insurrecta, y distraerse en la silueta ilusoria que desplegaba sus
oscuras alas.
Lejos de temerle empezó a sentirse protegida por esa criatura irreal
hasta culminado el ultraje. Como si esa entelequia la succionara de la escena
poniéndola a salvo. Aunque luego su núbil cuerpo yaciera exangüe en
silenciosa desnudez.
Esa extraña especie de ave mitológica, oscura y temeraria, la
acompañaría hasta el día en que, entre atónita y fascinada, la niña le vio crecer
un par de afiladas garras que trabajosamente se desprendieron del muro
arrastrando la oscura silueta de un ave feroz. De inmediato, se abalanzó sobre
el desprevenido abusador clavándole sus garfios en la espalda para luego
arrojarlo violentamente contra la pared. La entelequia giró hacia la indefensa
párvula y la envolvió en su mórbido plumaje hasta atenuar los latidos de su
corazón.
Con el aguzado pico hizo estallar los vidrios del ventanal y emprendió
el vuelo llevando a la niña consigo a la eternidad.

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