Hoy la noche invita a respirar
a abrir los ojos y a reconocerse
a cerrar la puerta
a escuchar el rumor de la luna
su indescifrable rodar que deja una estela en la oscuridad
y aquel sonido que no podemos diferenciar porque nació con nosotros
como grabado
signo
principio.
Hoy la noche invita al silencio.
Le hace un lugar en su cama
(tal vez más tarde le permita cobijarse bajo las mismas mantas).
Le ofrece un té caliente y le pide, por favor, que siga calladito.
Le cuenta que ya no puede brillar sola
como lo hacía en las primeras noches del mundo
cuando los animales y las plantas cantaban una melodía que ya nadie recuerda.
La noche le cuenta al silencio que el silencio tiene su propio sonido.
La noche le pide que siga a su lado porque hace tiempo no puede dormir.
Se muere de cansancio, de sueño, de soledad.
Necesita del silencio para sentirse acompañada
aunque lo perdió hace tanto que ya no conoce su nombre.
Tendrá que invitarlo a que la acaricie.
Tendrá que quitarse la ropa y mostrarle su cuerpo cansado,
envejecido a causa del insomnio.
Tendrá que perder el miedo a ser vista como es
sin los adornos de las luces callejeras,
sin el consuelo fugaz del neón.
Tiene vergüenza la noche.
Tanta vergüenza que ya mismo va a llorar.
Pero el silencio le pide que haga silencio
y despacio, muy despacio, se le acerca.
La noche, entonces, se ilumina como en el pasado.
Un brillo propio la desborda y la proyecta sobre la tierra.