Hay un lugar
al que siempre vuelvo
cuando me siento fría.
Allí tengo un río que no fluye
y lluvia que se posa en la nariz
como el beso congelado de una flor.
El sol no es de verano,
porque necesito primavera,
necesito florecer
y sacudirme la nieve de encima.
Así que me tapo con todas las mantas
delante de la chimenea,
acurrucada en las notas de un piano,
y siento el crepitar del fuego
en mis venas.
Poco a poco reconstruyo
mis fragmentos perdidos
con un chocolate caliente
en una taza bonita,un libro ya renqueante
y una sonrisa amiga
de esas que curan el alma
y enseñan a amar
la dulce quietud del invierno.
La douce quiétude de l’hiver.