Echó el cerrojo a la puerta,
compró una hamaca
y se encerró en el cuarto…
Lo escribió Gabriel García Márquez.
Compraré esa hamaca, quiero, necesito
volver a ser la hamaca que conmigo siempre.
Un puñado de oxígeno. Un bocado.
Confundir pan de hoy con pan de ayer.
El mar que hace millones de años
hubo aquí.
La extraña caracola.
Los libros que uno a uno aquellos días
se caían a plomo de la cama.
El mirlo en el alféizar con su pico naranja.
Apetece la luz, pero me aterra abril.
Los poetas intuyen, bajan la voz, se alejan,
conocen las batallas perdidas de antemano.
Se esconden en sus casas, en sus tomos
se esconden, en sus islas pobladas.
Cernuda, Lorca, Claudio, Wisława, Sylvia Plath…
En mí vive un grito, por la noche aletea,
buscando con sus garras
un objeto de amor.
Buscaré una vez más a la muchacha
que Degas amaba.
Ahora en cambio la peste.
Se morían a miles en Sevilla
y fue cuando Murillo acuñó sus azules
inmortales.
Ahora lo entiendo todo.
Esos azules.
Me gustaría verlos, una vez más
acercarme a verlos.
Querría también ir al Finis Terrae
a contarle mi oeste.
Y poco más…
La ciclista que acaba de sonreírme
mientras sube la cuesta