No es el amanecer otra cosa
que un intento terrestre
hacia lo divino,
como lo es la fruta madura en el árbol
o las sábanas blancas tendidas
en un prado abierto.
Poco dura ese momento
en el que los animales gimen
y algunas personas reaccionan
y cuidan la tierra o recogen el fruto.
No pretende más
que recordarnos nuestra condición
de seres pequeños o necesitados,
de hermanos que algunas mañanas,
muy temprano, salen humildes
y se encuentran.