Si me llamaras,
si hacia el final de cierto sueño,
suave y de pronto, apenas perceptiblemente,
como el sonido de un cristal al fracturarse,
me llamaras,
yo dejaría de nombrar las cosas
con las que intento diariamente no nombrarte
y escombraría el disimulo de estos años
hasta encontrar la última palabra que te dije.
No indagaría las razones.
Me bastaría con saber que aún existo
en algún punto medio entre mi olvido y tu memoria,
donde es palpable todavía lo invisible,
donde perduran quirománticas las líneas
de una palma cuya mano se ha cerrado ante mis ojos.
Si me llamaras, si tan sólo me llamaras,
no esperaría a confirmarlo: borraría,
yo borraría de inmediato cada una de las tantas otras voces que me llaman
para dejar tu sola voz, tu voz llamándome,
llamándome,
tal como sé (y sabes tú)
que yo me llamo.