Si los amigos son esa familia
que uno elige tener,
los enemigos también deberían ser
una elección y no un inevitable.
Una suerte de placer culposo,
como esas canciones que no queremos
que descubran en nuestro celular
o la película que decidimos ver
cada vez que la repiten en el cable.
Dentro de mi vida austera,
el único lujo que me doy es ese:
elegir a mis enemigos con criterio.
El resto, puro humo que se tira
antes de que salga la banda al escenario.
A ellos también los cuento
con los dedos de una mano,
la misma que uso para disparar.