Encajaste piedra contra piedra,
y cubriste los huecos con esa pasta que sale de tu alma,
y que sólo a fuerza de requiebres has logrado producir.
Montaste la acción
sobre el recubrimiento que te oculta,
y caminaste con guiones,
y anticipaste el paso en falso.
Diste vueltas, cual trompo, girando sobre tus sueños,
arremolinando el aire
que te convirtió en tornado.
Y asolaste la ausencia
en la trasnoche del cuerpo.
Y erraste por vagabundas
calles de azulejos.
Roto el azar,
banalizaste el día,
y la casa fue tu noche,
y el hogar fue tu silencio.
Oscuro el mundo,
iluminaste los ojos,
y avanzaste hasta dónde con pies de geisha.
Corrupta la forma,
te embebiste de azules,
y atrofiaste el gesto en el movimiento de la mano.
Mas anduviste tanto en compañía de extraños
que de sombras te cubriste,
y nublaste de turbios obstáculos
tu mirada cristalina.
Legitimaste el espacio de la negrura
que se apoderaba de tu infierno,
que, al menos, era propio,
y desvalijaste las sensaciones,
que dejaste de marcar con cruces.
Y resbalaste breves perfecciones,
como plastificada de la vida.
Ahora la media luna de tu boca
instalas en la tierra del desarraigo.
Aprendiste a mirarte en el espejo invertido
que no devuelve sino huesos,
y a descansar
con los ojos abiertos
sobre un pedazo de tierra seca.