Detener la pulsión de las manos,
la imperiosa ansia del DECIR vacío
pero desesperado de las teclas.
Enjaulados los ojos
en la cuenta atrás de la pantalla.
La zanja-prórroga de la respuesta
‒el alivio de luto
de la curvatura del cuerpo‒
es tan solo la ficción del reposo.
Volverá la punzada,
la atadura al alfabeto frío
y palpitante de las agujas.
La espera interminable
de una última conexión
que nos devuelva, por un tiempo,
hacia la vida.