El arte de perder no es difícil de dominar;
tantas cosas parecen llenas del propósito
de perderse, que su pérdida no resulta un desastre.
Pierdan algo todos los días. Acepten la molestia
de las llaves perdidas, de la hora desperdiciada.
El arte de perder no es tan difícil de dominar.
Así que practiquen perder de más, perder más pronto:
lugares y nombres, y el destino al que pensaban
viajar. Nada de eso será un desastre.
Yo perdí el reloj de mi madre. Y, miren, se me fue
la última o la penúltima de tres casas amadas.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Perdí dos ciudades encantadoras. Y, más aún,
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Aun perdiéndote (tu voz chistosa, el gesto
que amo) no habré mentido. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil de dominar
aunque pueda parecer, (¡anoten!) parecer, un desastre.