¿Tal vez un año a otro sobreviene
como cae la nieve
o como las palabras de un poema?
BORIS PASTERNAK
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La nieve en la rama del árbol. Las cumbres planas del cuadro sucumben al color vegetal del invierno. Su duración asimila el lento proceso de secado- postergación del silencio- con la misma propulsión húmeda de la tinta china. Hay en esta nieve una vocación perpetua. Apenas anochece para ellas. Son un sol frío sobre la madera mínima. El letargo del blanco amilana los atardeceres en crudo. Si como dijo Kandinsky las plantas son una conjunción de puntos y líneas, hay así tanta realidad viviente en el cuadro como en la naturaleza. Ambas orillas, la del lienzo y la del invierno, sueñan con volverse juntas hacia sí.
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La temperatura nívea está fuera de dudas. Su frialdad atestigua las vigilias fértiles de los ángeles. Cada fuente del blanco nutre de líquidos la realidad, así el frío expande la fuerza motriz de los caudales infinitos del color neutro. Pienso en la semejanza simbólica entre la nieve y la tinta del poema. Parecen juntas una dicotomía irresoluble. Sin embargo se bastan cada una en sus reinos soberanos para dar sustancia al paisaje invernal. Los primeros bocetos de luz anticipan la nevada prematura. Amenazan con instalarse en los tejados del tiempo, vienen ellas solas del horizonte subjetivo del artista hacia el atardecer interior del marco.
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A solas el pájaro carpintero posará de lleno su fugitiva silueta sobre las cortezas gélidas del atardecer. Invisible para el absoluto prisma de cualquier mirada, su presencia timbra ecos indómitos en el más acá del tronco matriz anterior. Aquí lo silvestre pasajero adquiere altosvuelos imaginarios. ¿De dónde proviene el pájaro carpintero? La sombra exterior- azul oscuro casi griego- es el predilecto quehacer de lo inaudito terrestre. Y algo de pájaro carpintero tiene la mano del artista: es la nieve para el año nuevo.