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Poesía

Eloy Sánchez Rosillo. La Luz de la Vida.

Qué piedad en los sueños. Esta noche

volviste a estar aquí, en la luz de la vida,

aunque dicen que nadie de donde estás regresa.

Sí, volviste, muchacha maravillosa, y yo

doy fe de haber estado contigo, de una forma

natural, verdadera, como tantas

y tantas veces en los viejos días.

No hay mentira en los sueños, ni atrapan nuestras manos

vientos mientras suceden: le suman al vivir

un vivir muy profundo.

Te vi de nuevo niña, allí, en Las Lomas,

en el fulgor hermoso de un verano

familiar, cuando estaban nuestros mayores vivos

y se escuchaban risas y cigarras

en la casa y el huerto.

Y simultáneamente también iba a tu lado

andando por las calles de Lisboa,

con Marili y Joaquín, todos tan jóvenes.

El gran río pasaba, y no advertíamos,

a través de la dicha,

su lento discurrir vertiginoso.

Y en el caleidoscopio del soñar

mis ojos te encontraron,

sin transición ninguna y sin mudanza apenas,

en una imagen íntima

de tu casa de Murcia, en Santo Ángel,

ya en tus últimos años, junto a tu hija. Hablabais

de vuestras cosas dentro del amparo

de una mañana quieta, y la besabas,

y pasabas tu mano por su pelo.

Las escenas soñadas, tan distantes

en el tiempo entre sí,

estaban como unidas en un momento único

por tu limpia sonrisa y la viveza

de tus ojos oscuros.

Y luego, poco a poco,

comencé a despertar. Tú fuiste retirándote

de nuevo hacia tu muerte, muy plácida y conforme,

e igual que siempre aún me sonreías

desde el final del sueño.

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