Disfrazada de eternidad
tu sonrisa mentirosa desde
una esquina
me confirma la duda
—vulgar incertidumbre de futuro—.
Todo: cada roce, cada gesto,
cada ausencia: todo,
ha terminado.
Cuando esta mañana no veías
la lluvia inundando la habitación,
reduciendo nuestro espacio
a papel mojado, supe
—sucumbiendo ante la certeza—
que habías abandonado la casa
hacía ya demasiado tiempo.
Tanto, que ahora me doy cuenta,
ya ni te echo de menos.
Me he acostumbrado
a vivir sola mientras aún
te veo por el pasillo.