Me dijo bajito: «Amor mío, mírame en los ojos.
«Le reñí, agria, y le dije: «Vete.» Pero no se fue.
Se vino a mí y me cogía las manos… Yo le dije: «Déjame.»
Pero no se fue.
Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco,
me quedé mirándolo, y le dije: «¿No te da vergüenza?»
Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí,
y le dije: «¿Cómo te atreves, di?» Pero no le dio vergüenza.
Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: «¡Es en vano!»
Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue.
Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón:
«Por qué, por qué no vuelve?»