A las 4:56 de la mañana la belleza
lo destruye todo y no hay cómo
echarse atrás, encender la luz, poner un disco,
evitar que una vez más al amanecer
se lo coman no los gallos sino
los afilados tacones de las transeúntes
o las ruedas de los tranvías.
A las 4:56 de la mañana relámpago sin rosa,
no clamor
sino presencia ausente.
A las 4:56 de la mañana,
exactamente a las 4:56 de la mañana,
si hubiera vida,
lo amado
valdría más que lo escrito