De este lado estaba el espanto
y del otro lado nosotros.
La cuerda del silencio
estaba tan tilinte
que de un momento a otro
se rompería en un grito.
Era de noche
y la vela ya se había consumido.
No sé de dónde sacamos fuerzas
para no soltar el grito,
el espanto se dio por vencido:
se aflojó la cuerda
¡y desapareció!