te dicen que la vida
no tiene tamaño
también que no tiene
precio pero piden
que la registres
en un espacio concéntricamente
aislado de los otros: inscríbete
en una ciudad con reglas
extrañas pedir disculpas
muchas veces no reír
demasiado hablar
alto en el transporte
público ni pensar
quien decide que puedo vivir
aquí son algoritmos de leyes
incomprensibles quien
elije donde archivar
mi cuerpo quien
define donde cabe mi
talla en que casa
quedo con el cuarto más
pequeño ocupar el rincón
que incomode menos
pagar para no ser
notada, sí
ya firmé contratos
que no tenía como leer
y para ser honesta
es más o menos eso
estar viva, firmar
acuerdos nunca
traducibles, cuerpos imposibles
de cumplir gente desfigurada
porque la soledad hizo
de todos
lo que quiso y
un día entendemos
que obligados a
besar fronteras cuando un peso, sí, para
todas las medidas:
mi vida
por ejemplo
pesa setenta y un kilos
distribuidos por cinco
cajas tamaño L
ropa zapatos libros y lo que sobre
–fotomatón
un cuaderno algún dinero–
cargo conmigo como quien
da la vuelta al mundo
o atraviesa la calle para
tomar un café. mi vida
cuesta ciento cuarenta y cinco centavos
para ser trasladada
dos mil ochenta y cuatro
kilómetros, tal vez más,
nunca medí el valor exacto
del desapego ¿cuánto costará
una caja por un metro
cincuenta y ocho centímetros
si zapatos? imagino que será
a pesar de todo
más barato existir
y como en un ring de box
(flash)
alimento la anticipación
un golpe más
(flash)
bien en el fondo del estómago
(flash)
lo blanco
lo violento
e imperdonable
(flash)
de aquel
fotomatón
en la primera nevada del año
a las dos de la mañana
En kottbuser Tor.