Estoy muy cansado. Los turnos dobles a los que yo me condené, y lo siento así, me condené a la manera más macho- cristiana para que Isabel criara a nuestra única hija, Rocio, me han convertido en una especie de zombie.
Lo peor de todo es que, otro de los efectos secundarios es la falta de cariño hacia mi hija. Ella es la causante de todo. Se que es una forma de pensar mezquina, pero así es. Ahora, por ejemplo, tiene 2 años, y nada ha cambiado.
La subo en la sillita del coche. Vamos al dentista: su madre está enferma, muy enferma.
Salimos hacia la carretera principal. Ella llora, como siempre que está conmigo. Alargo la mano izquierda y trato de calmarla, giro la cabeza para verla…
Le he puesto mal el cinturón. Está ahogándose. Cierro los ojos un instante. Tengo que parar…
¿O tal vez no?